Viaje en bus hasta Porto Belo, desde Buenos Aires


El grupo de FEPET, tras aterrizar en Buenos Aires y atravesarla se embarcó en el buquebus –que cruzó el Rio de la Plata– y se bajó en Colonia. Y luego de horas en carretera llegó a La Paloma; ciudad balneario del vacuno municipio de Rocha, que en el XVIII fundara el tinerfeño Luis Rocha.

 

Ese día se inauguraba el otoño; llovía a destajo y por consiguiente no había forma de llegar a uno de los lugares más curiosos: Cabo Polonio, con la segunda ciudad hippy del mundo, al que solo se puede acceder en vehículos todoterreno, ni tampoco a Laguna Garzón, destino de un turismo exclusivo; así que nos deleitamos con un asado en casa del colega Julio Devali. Nosotros llevamos queso majorero, chorizos y morcillas de Teror; queríamos ver la reacción de los uruguayos ante el embutido dulce, que junto al gofio, la moscatel y el Puchero conforman algunos de los iconos alimentarios frutos de la colonización canaria.

 

Y partimos en una guagua hacia Brasil; atrás dejábamos una triste La Paloma; villa de casitas con inexplicables techos de colmo, que recuerdan a la celta Irlanda, y casi fantasma porque, finalizado el verano, solo quedan los contados lugareños. Y parecida experiencia tendríamos al día siguiente en la brasileña Torres, que en verano multiplica por diez sus moradores. Pinturera ciudad playera que vive del turismo y la construcción; uno se estremece al ver que la prosperidad se sigue apoyándo en una “burbuja” inmobiliaria. En el acreditado restorán Souza comimos, al fin, pescado y marisco a tutiplén; estábamos en el país del bufé o, como dicen allá, a tenedor libre. Y de nuevo la amabilidad de los suramericanos; el matrimonio Carlos Lange, de claros orígenes teutones, e Ivone Ferraz, lo propio de italianos, nos brindó, en su quinta, una cena de interminables asados con ríos de caipiriñas; estábamos en el Estado de Río Grande do Sul, cuya prosperidad está basada mayormente en la cría del vacuno, que, algo más al sur, introdujera Rocha.

 

Permanecimos un par de días en Torres, alojados en el pequeño hotel Sao Paulo, en el también conocido Estado Gaucho por ser la tierra donde surgieron, en el XVIII, los gauchos de los guanches. Como les adelantamos en La Provincia/DLP (21 de junio de 2012) un grupo de emigrantes tinerfeños –que se hacían llamar guanches y casaron con montaraces charrúas– se convirtió en una banda de malhechores; al extremo que la Corona ordenó batidas por montes y bosques para acabar con tanto robo y pillaje. Míticos isleños que, por deformación fonética, fueron rebautizados gauchos.

 

Cruzamos el río Mampítuba y ya estábamos en el próspero Estado de Santa Catarina. Nada hacía presagiar que en el norte se sufren bolsas de miseria y la consustancial delincuencia, o los descontentos de una sociedad frustrada que amenaza al gran evento aprovechando la repercusión mediática. Las autopistas y demás infraestructuras también nos hacían pensar que circulábamos por Centroeuropa. Pero el paisaje es definitorio: generosa vegetación subtropical a la izquierda y pequeñas o medianas ciudades a la derecha. Y al fondo, el Atlántico, a veces con cercanas islitas rodeadas de nívea arena y cubiertas de espeso verde; u otras de gran envergadura como Florianópolis –a la que se accede por un puente– con un activo aeropuerto que da servicio a las cercanas ciudades, también muy turísticas, que pronto avistaríamos. Es la capital del Estado y sus lujosos barrios residenciales y una sociedad pujante confirman la prosperidad que veníamos percibiendo.

 

Y tampoco veíamos favelas ni otros signos de notoria miseria ¿será cosa de la colonización de tantos alemanes? Colectivo que conservan el materno modo de vida; algunas de sus ciudades –que dejamos atrás– como Gramado, Canela… tienen más del Tirol que muchas alemanas. Y esa influencia se percibe también en el carácter de los naturales: serios, laboriosos y escasamente proclives a la samba, el carnaval y las fiestas de desbordante alegría. En poco tiempo la firma de automóviles BMW inaugurará una planta que surtirá a Suramérica.

 

Almorzamos en un macrorestorán de carretera que nos mostró otra de sus características: la más deseable limpieza, y con un servicio interminable de tentador bufé, en el que no faltó un potaje de frejoles negros junto a un gastronorm de arroz blanco; rozábamos la Feijoada: el contundente plato nacional. Tras abonar unos 10 euros, incluido un refresco, retomamos el camino, siempre hacia el norte; y tras unas pocas horas en aquella guagua inmensa penetramos en una comarca bien bella y demandada por el turismo: parajes y ciudades conocidos como Costa Esmeralda: Hapema, Bombilla, Porto Belo, Camboriú…

 

Y exhaustos llegamos a Porto Belo, tranquila localidad de casitas bajas así como larga y angosta por estar constreñida entre la boscosa sierra y la playa, cuyas tranquilas y transparentes aguas ofrecen, por mor de sus cabos, golfos e islitas cubiertas de apretada vegetación, paisajes paradisíacos. Cada mañana, mientras desayunábamos, hicimos costumbre admirarlos desde la atalaya que era nuestro elevado Morro do Sol, hotel para relajantes vacaciones.

 

Las asociaciones de hosteleros y periodistas tenían a punto la hoja de ruta de nuestra estancia y una asamblea de periodistas latinoamericanos. Tras dejar las maletas nos condujeron a un restorán sobre la playa de radiante blanco; las autoridades políticas y empresariales nos dieron la bienvenida; discursearon el alcalde, un secretario de Estado y varios líderes empresariales, y finalmente nos animaron a degustar una gigantesca Paella en plan bufé asistido ¡qué mal viajan las cocinas populares! o beber unas ostras deliciosas.

 

Entre las mayores preocupaciones de nuestros anfitriones está la caída del turismo argentino, el colectivo internacional más importante; asunto que se evidenció durante el recién finalizado verano. La economía de la Kirchner no da más que disgustos; el corralito amenaza con volver; a los colegas argentinos se les veía preocupados.

 

Para conocer tan intrincado litoral nos pasearon en una réplica de galeón del XVIII; excursión que nos confirmaría las bellezas que, cada mañana, contemplábamos; las mismas que encontraron vírgenes los conquistadores, primero españoles y luego portugueses. Alguno de sus rincones fueron testigos de batallas a fin de retener ese paraíso, y una de sus tantas playas de postal recibió el bautizo De la Tristeza porque los esclavistas portugueses hacían sobre la arena el reparto de los africanos sin tener en consideración las unidades familiares.

 

Nuestros amigos: el reputado empresario Roverval de Almeida y su esposa, Elizabeth Sonvezzo, entusiasta divulgadora gastronómica, cabezas visibles de la organización, invitaron expresamente al escritor y periodista gastronómico Paulo Roberto Faria para presentárnoslo. Hicimos migas y nos prometió cocinarnos una comida típica, que sería en el hotelito Pousada Villa Verde de Porto Belo, a la orilla del mar, propiedad de la turismóloga Zenelise Drodowski, de origen polaco, quien, también desinteresadamente, trabajó duro aquellos días en la organización. Y tras el paseo marítimo desembarcamos en una de las islitas y ¡cómo no! atacamos a un bufé de cocina típica en un chiringuito junto a la arena admirablemente cuidado e impoluto.

 

Otra excursión fue a Blumenau, ciudad fundada en 1850 por el doctor alemán Hermann Bruno Otto Blumenau; cuatro ex mises con coloristas atuendo alemán nos dieron la bienvenida. Nosotros –gracias a las gestiones de Roverval y Zenelise– conseguimos una entrevista con el reputado chef alemán Heiko Grabolle, profesor de la escuela de hostelería Senac. Grabolle goza de prestigio en todo Brasil; cada año capitanea un crucero gastronómico de lujo con la Royal Caribbean por las costas de Brasil, Uruguay y Argentina. Nos mostró las instalaciones y nos cocinó un contundente menú alemán. Blumenau no nos pareció una ciudad bonita, salvo el mimado sector turístico de pura arquitectura germana. El resto del grupo cenaría en un típico gastete de aquel sector tan tudesco, tan turístico.

 

Dos asuntos que particularmente nos interesaban eran Sitio Flora Bioactivas y la colonia de ex esclavos Valongo, ambos, a unos 40 kilómetros de Porto Belo. Nos llevaron Paulo Roberto y Zenelise, pues es ésta amiga de Noeli, la propietaria de Sitio Flora, quien nos recibió con alegría junto a su esposo, su hijo y nuera, una alemana de pura cepa. Noeli se está haciendo cada día más famosa: vienen a grabar a su finca equipos de televisión pues está inmersa en la recuperación de vegetales con propiedades próximas a desaparecer que conocían los indios. Plantas alimenticias y plantas para chamanes. Como la Cúrcuma longa: colorante alimentario, aunque de origen asiático, que por su inocuidad está penetrando en todas las cocinas del mundo, ya que es también un depurador del hígado. O la Moringa, oleífera autóctona, planta que llega a los 12 metros, tiene 15 veces más potasio que el plátano y 6 veces más vitaminas que la zanahoria; su poder alimentario es tan grande –asegura Noeli– que si se plantara masivamente acabaría con el hambre en el país. Pero de la planta que más orgullosa se siente esta enfermera –que dejó los hospitales y pronto levantará allí una pequeña industria alimentaria y farmacéutica– es la Ora-pro-novis (Peireskia aculeata-Mill), el único cactus con hojas, de alto contenido proteico (25%) y otros nutrientes. O la Tupinambor (Helianthus tuberosus-L), cuya harina estimula los movimientos peristálticos amén de ser beneficioso contra el colesterol, la diabetes o la prevención del cáncer de colon…

 

Recordamos entonces al joven chef vasco, uno de los diez mejores del mundo: Andoni Luis Aduriz, en cuyo restorán, Mugaritz, explora con flores y plantas exóticas, y nos propusimos –al llegar a Canarias– llamarlo y darle la información. Pasaron los días y nos olvidamos; pero hete aquí que embarcando para Sri Lanka nos lo encontramos. Aduriz y un pequeño equipo de cocineros se quedarían en Dubai; según nos contó, cumpliendo con una petición de las autoridades de Emiratos Árabes para emprender un proyecto. Por la obligada prudencia obviamos preguntar detalles.

 

Al finalizar la visita dimos cuenta de un tentempié de cortesía con infusiones y pastelería, hecha por la familia con los frutos de sus vegetales, y después el hijo nos condujo hasta el campamento valongo. Estos negros son un residuo de la comunidad de esclavos quilombos, que, libertos, rehusaron integrarse en la sociedad; quedan pocos y no aceptan ser entrevistados, y menos aun fotografiados. Pero como el joven vástago prácticamente había crecido con ellos, tras dialogar nos permitieron ambas cosas. Son autocráticos, viven de la agricultura, que practican con utensilios ya en desuso. En el año 2004 obtuvieron la certificación de Auto-Reconhenimiento emitido por el ministerio de Cultura del Gobierno Federal; en cualquier caso, no se divulga su censo y las autoridades ayudan a mantener su ostracismo.

 

Nos despedimos de aquella familia y regresamos a Porto Belo para almorzar; y sería en el pequeño restorán Panela de Barro con un bufé singular: tras servirse uno los alimentos –por cierto de una sabrosa cocina casera– se pesan los platos y se paga a tanto el gramo. Los siguientes días los dedicaríamos a recorrer y gozar de la comarca y nos llegamos hasta el extremo norte, a la muy turística y espectacular Camboriú, cuya mejor arribada es por teleférico a fin de contemplar, a vista de pájaro, el impresionante paisaje: montes y extensísima playa flanqueada por un sinfín de rascacielos.

 

Y regresamos a casa anhelando volver un día para unas vacaciones largas; alquilar un automóvil; recorrer aquellos pueblos y parajes de bellezas únicas; gozar de diversos tipos de turismo, las gastronomía, los deportes naúticos… o alquilar uno de los tantos barcos que recorren el singular litoral. O, como hiciera nuestro colega italiano, Gian Paolo Bonomi, visitar ciudades con nostalgia tal Nova Trento, a más de cien kilómetros de Porto Belo. Urbe totalmente italo-alpina que conserva la arquitectura y toda la cultura de la pequeña madre patria. Bonomi regresó entusiasmado: el alcalde lo recibió con calor y amabilidad y le facilitó mucha información; incluso lo llevaron a comer en un restorán de pura cocina de aquella zona italiana amén de sorprenderse porque aun se habla un dialecto perdido en Trento.

 

Brasil no solo es Rio de Janeiro u otras ciudades o destinos de futbol, de sol y playa… sigue siendo un continente por descubrir, un continente lleno de sorpresas..

 

Texto: Mario Hernández Bueno